Premios de Zolock: Antes de Todo

¡Un nuevo relato de Fantasía ha llegado a mi poder!

Su autor se llama John Molina (@SerazorM en Twitter) y su hashtag de promoción para su relato es el siguiente: #PremiosZolockAntesDeTodo

Espero que os guste 😀

Antes de Todo

Un árbol en el centro era casi todo lo que había. ¿En el centro de qué? Se preguntarán.
En el centro de todo lo inimaginable. El eje de la existencia. Un tronco irguiéndose casi
solitario a todo lo alto del infinito, con ramas que se alargaban a través de universos y de ellas
brotaban estrellas. Tronco precioso, imponente, con una rectitud que asustaba de perfección,
ni un solo tallo fuera de su lugar; plantado en una planicie de un césped con corte unilateral.

John Molina
Antes de todo
Un árbol en el centro era casi todo lo que había. ¿En el centro de qué? Se preguntarán.
En el centro de todo lo inimaginable. El eje de la existencia. Un tronco irguiéndose casi
solitario a todo lo alto del infinito, con ramas que se alargaban a través de universos y de ellas
brotaban estrellas. Tronco precioso, imponente, con una rectitud que asustaba de perfección,
ni un solo tallo fuera de su lugar; plantado en una planicie de un césped con corte unilateral.
¿Se han fijado en que ya dije dos veces la palabra “casi”? Eso es porque ese árbol del
génesis no era lo único que existía. A su alrededor vivían cinco zorros idénticos. Ni más
grandes ni más pequeños. Quintillizos, dicho con toda la intención exacta de la palabra. Cinco
zorros juguetones, pero con la prohibición de no jugar entre ellos, pues jamás debían tocarse.

Para evitar el aburrimiento, los cinco zorros se distraían creando. Creaban seres
pequeños para cazarlos; seres rápidos como la luz para perseguirlos por la planicie hasta
alcanzarlos con sus fauces. A veces también se distraían escalando el árbol. Pese a su
naturaleza animal, eran un poquito torpes, los pequeños y en ocasiones caían del árbol
llevándose consigo estrellas que estornudaban al tocar el suelo.

Una vez, para una distracción mayor, los zorros se juntaron (pero sin tocarse, siempre
recordando que esto estaba prohibido) y unificaron ideas para crear algo… peculiar.

Les pareció gracioso crear un “algo” con leyes totalmente absurdas pero que sirvieran
a un propósito. Pusieron manos a la obra y empezaron a crear átomos, moléculas, oxigeno,
partículas y un montón de tonterías más, riéndose al ver como estos productos provocaban a
su vez otras peculiares formas de existencia. Armaron una cosita llamada Espacio para que
todo esto ocurriera en un sitio, y luego inventaron algo sin importancia a lo que llamaron
Tiempo, para que todo tuviera un cuándo. Se les disparó la imaginación. A uno se le ocurrió
la materia. Al otro se le ocurrieron las dimensiones. No estoy muy seguro de cuál de los cinco
pensó en la idea de la vida, pero lo que sí sé es que los demás estuvieron de acuerdo.
Así nacieron los organismos.

Que impresionados quedaron cuando en un parpadeo, uno de los zorros, con la
intención de impresionar a los demás, llenó esa burbuja que estaban haciendo de unas pelotas
extrañas y malformadas a las que llamó Planetas. Todos quisieron poner de su parte
intentando crear algo más hermoso. Para ellos era una mezcla de juego y competencia.

Así nacieron los cometas, las supernovas y los agujeros negros.

Uno de ellos, zagas, supo que la belleza no siempre está en lo grande. Las formas de
vida podrían ser pequeñas, ¿no? Eso no les quita lo interesante. Ya tenían organismos, ¿por
qué no hacerlos un poco más complejos?

Una cosa llevo a la otra, y en ese preciso instante los organismos unicelulares llegaron
a convertirse en seres extraños de cuatro patas que por alguna razón decidieron ponerse en dos
y vestirse, como si no tuvieran todos lo mismo bajo sus prendas.
Los zorros se detuvieron un momento para observar a estos seres. Les pareció que no
habían quedado tan mal. Eso se podía adivinar cuando estos seres minúsculos intentaron crear
cosas minúsculas por su cuenta. Cosillas sin importancia donde vivir. Edificios, casas o algo
así.

Los zorros se aburrieron de ellos y no les prestaron más atención. Siguieron creando
formas de vida hasta que, tan súbitamente como habían empezado, se separaron y volvieron a
jugar cada uno por su cuenta en los alrededores del árbol.

Pero había sido divertido. Por un momento imitaron al árbol y descubrieron lo
interesante de la vida conjunta. Lástima que fuese tan fugaz, al menos para ellos.
Los seres creados se concentraron en lo suyo, adorando a dioses sin sentido y a sus
figuras extrañas. Con inventos que les permitieron observar (desde sus insignificantes puntos
de vista) un poco del juego de los zorros, soñando con salir para verlos todos. Deseaban,
insistentes, encontrar seres superiores o ajenos a su coherencia; revelar lo que para ellos era
una leyenda: seres que escapan a su lógica y que obedecen leyes incompresibles para algo tan
mísero como un ser humano. Deseo algo tonto por lo imposible, pero no se puede esperar
demasiado de ellos. Además, es lindo verlos fantasear.

Ninguno de los zorros volvió a pensar jamás en lo que crearon aquella vez; así como
un niño pequeño no recuerda su travesura de la semana pasada. Son detalles sin importancia
que desaparecen en la nada.

Los zorros siguieron jugando en su eterna planicie, en los alrededores del árbol
ubicado en el centro, respetando, como siempre, la muy importante regla de nunca tocarse.

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