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Premios Zolock: El Agua Quema

¡Aquí tenemos el primer relato escrito a cuatro manos de los Premios Zolock!

Es un relato de Ci-Fi escrito por Lorena Escobar y Román Sanz Mouta y su Hashtag para promoción es el siguiente: #PremioZolockRelatoElAguaQuema

Espero que os guste 😀

El Agua Quema

Rebuscaron como ratas perdidas en un centro comercial, abrieron armarios,
vaciaron la vida atascada en los cajones de unas mesillas preñadas de esperma vacío. No
quedaba una sola gota de líquido que llevarse a los labios. Ni un trébol de cuatro hojas
con el que intentar dibujar un destino.
La noche les regaló un aviso por radio. Llevaban doce horas sin beber nada. Se
dibujaban grietas en sus labios resecos y la piel eclosionaba en raíz de asfalto. Sentían un
mareo incipiente, una furia lacerante, sentían muchas cosas y no podían verbalizar ni uno
solo de sus pensamientos.
Hasta ellos tenían sed.
A todos los receptores de este mensaje. Se ha encontrado un manantial de agua que
no quema en el kilómetro 5,3 de la ciudad de Onises. Los supervivientes pueden salir
ahora: no se espera lluvia en las próximas setenta y dos horas. Repito: a todos los
receptores de este mensaje…
Se miraron y se comprendieron, porque eran dos en un solo ser.
Eso no está lejos.
Calcula la ruta.
Setenta horas…
¿Andando?
Se miraron y se comprendieron, porque el miedo no las dejaba distinguir dónde
terminaba una y dónde comenzaba la otra.
No podremos hacerlo sin beber.
Llevamos ya casi un día…
Cinco como mucho.
Pero andando necesitaremos más.
No podemos ir sin beber.
No queda nada.
Nada.
Hermana.
Dime.
Sabes si la sangre… ¿puede hidratarnos?Lleva agua… ¿no?
La madre que las parió las parió buenas por naturaleza, criaturas que nunca dieron
problemas en casa. Tanto, que dudaron casi una hora antes de comenzar a alimentarse del
cuerpo sordo y mudo que yacía en irritado descanso sobre el suelo de una casa que un día
estuvo llena de momentos felices.
A fin de cuentas, suponía alimentarse de la carne de su carne.
Padre nuestro,
que estás en el cielo…
Cargaron la mochila con pocas mudas y mucho desconcierto. Los retortijones
comenzaron poco después, cuando ya atravesaban las calles repletas de centinelas
quemados, de ratas anticipando un festín seguro.
Una de ellas vomitó a la hora de caminata. Expulsó la sangre paterna y una bilis
que la bañó con desprecio. Expulsó moco rojizo, expulsó flema y virginidad y cuando su
hermana la apremió para seguir andando la miró como si fuera un feto descompuesto.
Una alquimia perecedera.
No deberíamos haber hecho eso…
Papá ya no la iba a necesitar.
No resistiremos.
Sed, sed, sed, sed…
Rebuscaron en los contenedores, forzaron un par de casas y tiendas donde toda
bebida embotellada hervía, comieron restos de fruta podrida mientras apartaban la
competencia de los gusanos. Vomitaron. Defecaron. Soltando fluidos sin alquiler.
Sed, sed, sed.
No resistiremos.
La noche fue la antesala al purgatorio. En vela, en vigilia, en solemne custodia. El
mundo ya no sonaba a nada. Se habían quedado sordas, sordas y culpables, culpables y
condenadas.
Sed, sed, sed…
Ocurrió a falta de siete horas para llegar a su destino. Las esperaba un manantial de
agua que no quemaba. Las esperaba el paraíso del que expulsaron a dos amantes por el
jugo dulce de una manzana y lo entendían, vaya si ahora lo entendían: habrían dado el
pelo que ya no les quedaba por echarse una manzana sana a la boca.
Siete horas para la supervivencia. Sin embargo, no lo conseguirían sin beber un
poquito más.Solo un poquito.
Lo suficiente para caminar los últimos metros.
No eran gemelas. Las separaban dos años, ocho estaciones, un océano entero. Una
la primera, la más fuerte, la atleta, algo menos rebelde, algo más mordaz.
La otra la segunda, la más débil, la modelo, algo más rebelde, algo menos mordaz.
Pensaron a la vez. El movimiento mutuo, compensado. Atroz. Una mirada repleta
de fin, de punto y aparte, del epílogo que ningún escritor se atrevió a reflejar sobre la hoja
en blanco.
Lo siento.
Yo también.
No quería hacerlo…
Yo tampoco…
Una es más fuerte, siempre lo fue. La otra chilla, patalea, se retuerce, clama y reza,
solloza, suplica y vuelve a chillar cuando los dientes le atraviesan el pecado de los
músculos. Un mordisco no es suficiente, piensa una, así que saca el cuchillo que cogieron
antes de salir de casa y rebana el cuello de la otra, un corte limpio, rápido, porque la adora,
porque no quiere hacerle daño, porque solo le faltan siete horas para llegar a un manantial
de salvación.
El cuerpo de la segunda cae y la primera se abalanza, ya animal, ya ritual sagrado,
ya sacrificio por un bien mayor, ya loca, ya traspasada todas las líneas rojas.
Sorbe, lame y chupa.
Entonces se detiene, sintiendo el dolor más profundo que ha sentido en toda su vida.
Y aúlla, con una muñeca rota y mancillada entre las manos, aúlla al dios sin nombre que
las abandonó antes de acogerlas en ningún cielo.
La sangre también quema.
Con una promesa, tras enterrar a la mitad de su otra mitad en olvido y asimilar el
resto, retoma el camino.
Le quedan seis horas para saciar una pizca ínfima de sed, pero no avanza sola, ni
tampoco con la culpa colgada de su hombro. Pese a tratarse de la mayor, el pilar, la
cuidadora, la segunda madre de su hermana.
Nada de eso importa. Porque no ha sucedido.Continúan recorriendo juntas el camino hacia el oasis de esperanza líquida.
Vigilando el cielo, plegada la radio al oído, por si hubiere un nuevo aviso de clima, de
ataque.
Atravesando cuerpos en cenizas. Carreteras de muerte. Charcos candentes.
Pisoteando restos.
Ahogada en irrealidad hasta que una marejada de recuerdos la envuelve, las
envuelve, de pasado.
El cuándo.
El cómo.
No lo sabe. No lo saben.
Rememora su primera vez. Cogiendo agua del grifo, ajena al humo que este
desprendía cual tubo de escape. Llevándose el cristalino brebaje a la boca, simple en la
tabla periódica de elementos. Abrasada su lengua al instante. Soltando el recipiente de
cristal que reventó contra el suelo igual que ella ha reventado la vida que más amaba.
Abalanzándose contra la nevera, buscando hielo, sin saber que combatía fuego con
fuego. Pobre.
Pidió ayuda. Llego su alma menor gemela. La mejor de ambas. Llegó el padre,
carne de su carne, sangre de su sangre. No daban crédito.
Primero hicieron pruebas.
Después encendieron la televisión y se entregaron a los smartphones, a las redes
sociales alteradas por la anomalía.
Casi parecía una broma.
Casi.
Hasta que vieron las primeras imágenes de un diluvio nocturno al otro lado del
mundo. Lluvia ácida, gente huyendo, personas consumidas, con la piel en borbotones,
hirviendo, mostrando el hueso ante cada gota de escaldo. Siendo despiezados bajo la
tormenta. Fulminados.
Se acabaron las risas.
Se calló y se cayó internet.
El agua quemaba.
El agua quema.
Todo líquido excepto el corporal.La radio clama y la obliga, las obliga, a retomar el arduo presente. Escucha atenta
por encima de la estática; es cuestión de tiempo que las ondas también fallen. El agua lo
consume todo. Todo es todo.
A todos los receptores de este mensaje…
Es un bucle. ¿Puede fiarse?
Deciden que sí, aunque ella lleve la voz cantante.
Le duele el estómago.
Mira el firmamento para distinguir un ocaso cada vez más cubierto.
¿Se ha perdido? ¿Ha extraviado el tiempo?
Corre, se obliga a que corran, aunque la otra no quiere, es perezosa.
Piensa, poco lúcida.
Ella tiene sed.
Si ella, ellas, tienen sed, todos tendrán sed.
¿Cuánta agua sin fuego queda?
¿Cuánta agua a salvo?
¿Para cuantos?
Esprinta y desgasta las suelas de sus zapatos.
Se come el vómito. Sostiene el vientre.
Esprinta sin tener nociones de la realidad, una triste sombra que apenas la
acompaña.
Esprinta saboreando los postreros restos de su hermana en el paladar. Atesorando.
Siempre fue la más dulce.
Acelera sin fuerzas y ve un oasis, el oasis, al fondo.
Se permite una arcada de celebración.
Hasta que los ve.
No está sola.
La guía lo que lleva en el vientre, la víscera gemela, el instinto multiplicado por
dos, porque compartieron un útero que ya no alberga tripa, una placenta que riega campos
minados por agua profana.
Por fuego líquido.
La guía una muerte que ha deglutido con ansia y es su hermana, no ella, quien
alcanza el oasis gélido que puede salvarle la vida.
Una vida que ya no merece.Un invierno sin esquirlas ni esquinas. Torcido. Como los tejados de las casas que
solo sirven de refugio para lombrices.
Lombrices que no beben agua.
Agua.
A lo lejos.
Hemos llegado, hermana
(le dice a su estómago hinchado).
Ruge.
La voz de la otra ruge haciendo eco en las paredes dormidas del abdomen.
Ríe.
Se ríen.
Lo conseguimos.
Avanza, con las llagas supurantes supurando leche podrida.
Se lame.
También quema.
El cuerpo es una bola candente y hasta el sexo virgen de virgen consecuencia se
bufa bajo el imperativo de la sed tatuada.
Un paso más.
Advierte gente a lo lejos.
Mojándose, revolcándose, bebiendo.
Dios.
Bebiendo.
Las risas la alcanzan y mecen los cabellos que se caen por inercia, babosas surcando
las arrugas que la vida le ha prestado. Muy joven para morir. Muy vieja para vivir.
El cielo también ruge, uniéndose al cántico de sus entrañas.
Ríe.
Se ríen.
¿Por qué ríen los demás?
Se enfada.
En el intestino grueso, golpeando la puerta de salida, su hermana se enfada al mismo
tiempo.
¿Qué les hace tanta gracia?
A pocos pasos del oasis se detiene.
Entrecierra los ojos sin pestañas a ellas también las besó el fuego.Son demasiados, hermana.
Demasiados, responde el vientre.
No habrá agua para todos.
Y no paran de llegar, responde el vientre.
Otro trueno. La algarabía cesa y los ladrones de agua miran hacia el gris que viola
las nubes, tornando en terror su expresión antes dulcificada por la resurrección del líquido
elemento.
Va
a
llover.
Corre, le dice el vientre.
Solo te puedes refugiar en el oasis, le dice el vientre.
Mas todos han pensado lo mismo, la idea común ante el desastre. Ante el
apocalipsis. El pervertido instinto de supervivencia que todo lo toca y todo lo rompe y
todo lo mastica y todo lo escupe.
Y ellos corren.
Y ellas corren.
Y caen las primeras gotas provocando los primeros gritos y pariendo el primer
humo que nace de músculos desvencijados.
Arden cabellos, pieles, arden cuencas de los ojos, arde tejido, arden años, arden
bebés que ya no mamarán de ninguna teta, arden abuelos, arden padres mientras tratan de
evitar que ardan sus hijos.
Y todos corren.
Y ellas corren.
Y aparta, y pisa y muerde y todo por dos, porque está preñada de otra, porque la
siente vomitar sus músculos insuflando un aire que ya no está viciado, sino vivo.
Pero a veces el pecado no puede pagarse con penitencia.
A veces los cuentos para niños ocultan el verdadero significado de la palabra miedo.
Ella y la otra tocan el agua, una en pie, sintiendo bajo las uñas la perversión de los
cuerpos que ha mancillado para llegar al oasis prometido, la otra bajo su carne,
alimentándose de un oxígeno que regurgita verdades sin nombre.
El contacto prende, porque la locura solo necesita un lametón para abrir las puertas
del infierno.Se unen lluvia y manantial, aclamados ambos por una y la otra, las dos ya fundidas
en un naranja que no es ni intenso ni opaco, simplemente perfecto.
Son una llama. Una flama.
Y, antes de que el agua bendita agua rece un padrenuestro con los cuerpos de los
últimos supervivientes al nuevo mundo, ríe.
La otra, anidada en el estómago ya ardiente y ardido, ríe.
Y el fuego lo purga todo.
Aniquila todo.
Limpia todo.
Mata todo.
Una risa se eleva en el estertor final, desplegándose sobre los gritos, las
imploraciones se acuerdan de Dios ahora y las llamadas de auxilio más infértiles que la
más infértil de las promesas.
¿Ves, hermana? le dice el vientre.
Ya estamos a salvo.
Ya da igual que el agua queme.
Los muertos no tienen sed

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