Los Premios de Zolock: El Matrón

«El Matrón» es el relato de Fantasía que nos ha enviado Jorge Eloy, conocido cómo Dielgos en Twitter, el cual nos describe el nacimiento de los árboles continentales, y cómo Yel, un semidiós, participa en ellos:

El Matrón

Yel cenaba con Azu y Rog en la cima de uno de los árboles continentales. Allá donde
observaran, cientos de frondosas copas asomaban sobre las nubes grisáceas. La sopa
borboteaba en los tazones, entre el silencio. No debían malgastar el aliento a esa altitud.
Tampoco les hacían falta las palabras, después de tanto tiempo comprometidos. Con las
miradas se transmitían la mayoría de sentimientos, y la que tenían los tres en ese momento
era de un hambre atroz.
Chocaron los cuencos y, con un asentimiento unánime, abrieron las mochilas. Yel
metió la mano hasta el fondo y extrajo un limón, con la navaja lo partió por la mitad; Azu
rebuscó en los bolsillos interiores y cogió unas moras, haciéndoles surcos con las uñas; y
Rog sacó sin esfuerzo una granada de la parte superior, hincándole el pulgar en el centro.
Aderezar las comidas con una fruta del color de la propia piel era una costumbre popular
entre los raiceños que habían adoptado por el simbolismo. Decían que atraía la fertilidad
y alejaba las malas cosechas. Y, al ser ellos los semidioses conocidos como Los
Cuidadores, consideraban apropiados esos valores.
Los tres escurrieron las frutas en sus respectivas sopas. Alzaron los cuencos hasta los
labios, y todo se sacudió.
Ese árbol continental llevaba meses temblando. Un minuto de vibraciones por cada
hora que pasaba. Se instalaron en esa rama un par de días atrás. Buscaron el hueco en la
madera más cercano y afianzaron la posición, esperando a que pasara. Salvo que esta vez
duró más de lo normal. Habían transcurrido diez minutos cuando cesó el temblor. La voz
del árbol resonó en sus mentes:
‹‹Ya viene. Noto como mis entrañas se rasgan y hasta las hojas me duelen››.
Rog se desesperó. Ella se encargaba del control de plagas; todo lo que no fuera eliminar
cosas, escapaba a su paciencia. Por el rostro de Azu caían lágrimas. Él llevaba lo
relacionado con el bienestar de los árboles; tenía un corazón tan grande como para
empatizar con el monumental dolor que sentían. Yel hinchó los pulmones y acercó la cara
a la corteza.
—Ya voy —susurró, midiendo las palabras—. No desesperes.Acto seguido, bebió lo poco que quedaba en el tazón tras el temblor. Un punzante
sabor cítrico le invadió la lengua. Azu y Rog le ofrecieron sus cuencos y los aceptó
encantado. Entre los tres daba para una ración. Se tragó las sopas, rebajando el gusto con
los nuevos tonos frutales. Con cierta prisa, se echó la mochila a la espalda y se despidió
de ellos, fundiéndose en besos y abrazos. Dejó que Rog limpiara las lágrimas de Azu y
se encaminó hacia el tronco.
Comenzó a descender por las hendiduras, deslizándose por ellas. El viento soplaba con
ímpetu al adentrarse en las nubes. Siempre que empezaba un tremor ralentizaba la marcha,
caerse desde esa altura no era una opción asequible para un semidiós. No podía surcar las
vetas en la madera con seguridad si todo oscilaba. Lo cual sucedía con más asiduidad de
la deseable. Iba a llegar tarde al parto.
Tras dos horas consiguió traspasar las nubes, cada vez más oscuras. El continente
cobró forma en la superficie. Gigantescas raíces se extendían desde el tronco,
conformando el terreno; hundiendo las finas puntas en el mar a pocos kilómetros de
distancia. Era un continente minúsculo dentro de la escala mundial, pero eso no iba a
hacer el trabajo más fácil. Asistir el nacimiento de un nuevo árbol nunca lo era.
‹‹Todo se siente mal. ¿Estoy muriendo? Nada fluye en mi interior como debería››.
Fogonazos. Yel quedó deslumbrado. Los estruendos se sucedieron, ensordecedores.
—¡Estás más vivo que nunca! —bramó, aferrándose a un saliente—. Tanto, que vas a
crear una nueva vida con el exceso. Relájate y aguanta, pronto llegaré.
Los truenos cesaron, y en su lugar cayó la lluvia.
‹‹Me quema. ¿Estoy ardiendo? Mis entrañas pican, todo se revuelve››.
Ese árbol era de los complicados, de los que no se dejaban calmar. Yel se apresuró, no
era momento de ir con cuidado; no cuando el futuro de dos continentes dependía de él. Si
no asistía a tiempo, el vástago corrompería al progenitor como una plaga cualquiera. Eso
entristecería a Azu y haría trabajar a Rog. No podía permitirlo.
Aceleró aún más. Fluía con el agua de la lluvia hacia el continente, como la savia
elaborada del árbol por sus raíces. Las horas pasaron y las hendiduras en el tronco sehicieron cada vez más amplias. En una de ellas, encontró un hueco que se adentraba en el
interior. Se deslizó por él.
En las entrañas del árbol continental no había oscuridad. Al igual que la piel de Yel no
era solo amarilla, pues por las venas le corría sangre azul; las raíces interiores desprendían
luces de otros colores, diferentes de los tonos marrones que predominaban en el exterior.
La tenue iluminación procedía de miles de puntos móviles en los floemas, esas
canalizaciones limpias y redondeadas que transportaban la savia elaborada. Los xilemas,
más toscos y turgentes, no emitían resplandor alguno mientras absorbían los nutrientes
del mar para ser tratados. De los poros de la madera caían secreciones por doquier,
convirtiendo la corteza que era el suelo en un lugar viscoso.
No le costó mucho localizar el sitio del parto. Se veía como el punto más brillante entre
la maraña enraizada. El tiempo pasaba, los temblores no pararon. Las raíces se contraían
con espasmos, convirtiendo las entrañas en un laberinto móvil.
—Necesito que te tranquilices —alcanzó a decir al aferrarse a una rama esquiva—, o
no podré ayudarte. Cálmate. Detén tu flujo. Tardaré muy poco.
La luz ambiental ascendió por el tronco y desapareció, dejando casi todo en penumbra.
Solo quedaba un sol naciente en el horizonte de madera. Las raíces se inmovilizaron y
pudo avanzar. Un último envite de velocidad y consiguió alcanzar un tobogán natural.
‹‹Me ahogaré si no te das prisa››.
—Ya puedes dejar que todo fluya en ti.
En torno a Yel, mientras se deslizaba, las raíces volvieron al movimiento espasmódico
y la luz ambiental regresó. Sacó la navaja con decisión y rapidez. La rampa se acabó.
Cayó al vacío. Una pulpa rosácea y mullida le recibió a modo de colchón. En el centro
del foso palpitaba la causa del dolor arbóreo y del júbilo de la humanidad. Apenas del
tamaño de una cabeza, contenía las esperanzas de un nuevo lugar habitable al que
expandirse. Cientos de finas raíces se adentraban en la simiente, como venas y arterias en
un corazón, alimentándola. Robándole la vida al progenitor. El ritmo en que la luz
entraba, oscilante; y salía, inerte, era vertiginoso. Era caótico.‹‹No puedo más, todo se apaga. Estoy dejando de sentir, acabando de vivir. He tenido
una vida próspera y ajetreada. Lo primero que vi al nacer fue…››
El árbol comenzó a rememorar una extensa serie de vivencias. En este punto Rog
habría puesto los ojos en blanco y los lagrimales de Azu estarían secos por completo.
Empuñó la navaja y, con una precisión fruto de la experiencia, adaptada a los temblores,
comenzó a seccionar el lado luminoso de todo el manojo de minúsculos conductos.
‹‹… y fue en ese preciso instante cuando…—Yel cortó la última raíz brillante—.
Que… ¡Qué alivio! Gracias››.
El eco de gratitud resonó mientras las raíces se calmaban.
Por primera vez en meses, para ese árbol los temblores finalizaron. No volverían
jamás. Un descendiente por vida, así era la ley natural de los continentes. Terminó el
trabajo segando el lado apagado del manojo. Al arrancar el último hilo, el bulto se
desprendió ante él.
La semilla de un nuevo árbol continental descansaba en sus manos, suave al tacto.
Extirpada como un tumor, pero llena de esperanza.

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