Todo aquel que haya vivido, ha tenido que pasar por una adolescencia digna de la propia Odisea de Ulises. Todos nos hemos tenido que enfrentar a gigantes con una fuerza increíble de los cuales no hemos tenido otra opción que utilizar nuestra astucia para poder sobrevivir en el infierno al cual llaman instituto.
Yo mismo, nací a partir de una idea de venganza y poder de un pobre chico que lo único que quería en su triste vida era desaparecer. Poco le importaba ya su vida misma, poco le importaba su propia familia, solo podía pensar en las torturas diarias que recibía y la falsa culpa que sentía por recibirlas.
La tortura de Luís empezó en su educación primaria, él tenía sus amigos con los que jugaba siempre que podía, se tenían unos a otros y confiaba en ellos. Un día, sin saber como apareció el primer monstruo al cual se tuvo que enfrentar: Marcos. Sin que ninguno de los dos sepa como, acabaron rivalizados y cada vez que se cruzaban los insultos volaban. Durante esa época, Luís no le dio importancia a aquella rivalidad que pronto se convertiría en odio. Gran error, pues Marcos tenía en un As en la manga que Luís no se podría esperar.
Pasó el tiempo y Luís y Marcos se tuvieron que ir a estudiar la secundaria y allí se separaron. Fue una esperanza para el pequeño Luís, aunque el sufrimiento solo acababa de empezar.
A causa de la rivalidad entre ellos dos, a Luís le asignaron una de las peores aulas del instituto. En ella se encontraban muchos amigos y conocidos de Marcos, que convencidos por este, empezaron a hacerle la vida más y más difícil.
A cada día que pasaba, Luís se enfrentaba él solo a los abusos orales que escuchaba. Él solo contra la milicia que lideraba Marcos. Era una batalla perdida antes de empezar.
Su cansancio era eterno y a cada día que pasaba, su moral se iba minando más y más. Él estaba engañado por sus profesores, creía que estos le ayudarían y harían entender a esos monstruos que nunca les hizo nada para qué se comportarán de tal manera con él. Pero dichos profesores, lo único que consiguieron es que dudase de él mismo, que llegase al punto de aceptar que era él el culpable de lo sucedido.
Luís aún tenía a sus amigos. Por aquel entonces notó cierto distanciamiento entre ellos, pero no le dio ninguna importancia. Fue algo que siempre consideró un error. Dicho suceso, ocurrió a causa de uno de sus antiguos amigos, el cual conocía bien a Marcos y en vez de apoyar a su amigo, decidió traicionarlo y juntarse con su enemigo. Luís siempre lo recordará, fue la primera puñalada que sintió y aún a día de hoy sigue dolido.
Estaba aún en el primer curso de la educación secundaria, por insistencia suya y de sus padres, consiguieron que le cambiasen de aula y fue a la misma aula que su antiguo amigo. Luís estaba contento, pues pensaba que por fin tendría gente que le apoyase, pero las primeras palabras que le oyó decir no le gustaron nada. Luís no sabía que le cambiarían de clase, al menos no sabía que día. Cundo le fueron a buscar, recogió sus cosas lo más rápido que pudo y le indicaron a donde ir. Llamó a la puerta y le abrió él:
– ¿Qué estás haciendo tú aquí? – Le preguntó con descaro.
– Me han cambiado de clase. – Contestó Luís sin entender su reacción.
Entró en la clase y se sentó, notando como se apartaba de él y no le contestaba más.
Esas primeras palabras… Esa primera frase le dolió, aunque de nuevo, no le dio la importancia que se merecía.
Al acabar las clases se acercó a hablar con él, se le notaba incómodo, no paraba de mirar alrededor, como si no quisiera que le viesen con Luis. A pesar de ello, le preguntó cuando quedarían, y la respuesta que recibió fue dolor puro. Dicho traidor le comentó que solo quedaría con él si nadie más se enteraba.
Al escuchar dichas palabras, lo entendió todo. Asintió con la cabeza y se fue, sabiendo que no volvería a hablar con ese engendro nunca más. Le daba vergüenza que le vieran con él. Él daba vergüenza. Y no podía aceptar que su antiguo amigo fuese igual.
Desde entonces, pasó el curso cada vez más solo. Se juntaba con quien no le insultaba, o simplemente no le hablaba. Iba a clases y volvía a casa, donde si podía, quedaba con su vecino, el cual también consideraba un amigo.
Llegó el segundo año, después de un verano de desconexión de toda presión, de toda culpa inculcada, de todo dolor. Él volvía a estar animado, tenía la esperanza de que todo mejoraría desde entonces, pero no fue así.
Durante el verano hizo buenas migas con un grupo de amigos ya formado. Estos le apoyaron durante parte del curso, Luís aceptaba su ayuda y pensaba que volvía a tener amigos. Aunque el comportamiento de dichos amigos no gustaba nada. Eran muy racistas y no paraban de hacer chistes negros que le molestaban y enfadaban. Muchas veces lo hablaron, e intentaron arreglarlo, aunque no sirvió de nada pues al igual que los profesores, le hicieron creer que él tenía la culpa, que no tenía motivos para enfadarse, «que solo eran bromas», bromas que minaban y minaban la moral y le hacían sentir cada vez peor.
Antes de que acabasen el curso fue cuando todo explotó y Luís, acabó solo. La única salida que encontró, fue gracias a los libros, las historias fantásticas y la literatura juvenil. Quién sabe lo que hubiese ocurrido si desde pequeño no le hubiesen acostumbrado a leer.
Por aquel entonces, no quería ser un simple lector que ni controlaba su vida, ni controlaba su propia historia. Seguramente por dicho motivo empezó a escribir y a crear distintos relatos. Unos que nunca enseñaba a nadie, pues si lo hacía, sabía que se reirían de él. Que lo humillarían como tantas veces había hecho antes. Y no quería eso. No quería volver a sufrir. Pero no conocía el mundo cruel en el que vivía.
Siempre consideró tercero el peor año de su vida. Y siempre lo hará. Entonces, estaba solo y a pesar de que intentó hacer vida social con su vecino y los amigos de este, no encajó.
Con los años que había pasado, no tenía esperanza alguna de volver a encontrar a alguien que le aceptase tal y como era y Jairo apareció en su vida. Era uno de sus compañeros de clase y se portaba bien con él. O eso pensaba, pues solo lo hizo para elegir un objetivo al cual poder machacar.
Luis pensaba que se habría librado de Marcos al entrar en una nueva clase, pero encontró a alguien peor. Siempre era el primero en huir en el recreo. Se escondía en la biblioteca, hacía sus deberes y leía algún libro para escapar a otro mundo. Pero no podía huir durante las clases. Allí cada día le acorralaban, le insultaban en su cara, le incitaban a la violencia. Él siempre contestaba. Era inteligente, y sabía como dejarlos en ridículo con unas pocas palabras. Pero no tenía el poder del pueblo que tenía Jairo. Muchas veces Luis insultó con gracia a este, muchas veces supo que le había enfadado lo que le dijo, pero este nunca cayó por el apoyo que recibía de los demás.
Cada día, se encerraba en su habitación, sin hablar con nadie. Miraba sus series, leía sus libros y alguna vez, intentaba crear un mundo nuevo con sus palabras. Pensaba que podría aguantarlo, que al acabar el curso todo iría mejor y al darse cuenta de que no sería así, explotó.
Estaba a mitad de curso, Jairo y sus perros falderos le volvieron a humillar y los profesores, no hacían nada, al igual que siempre. Él volvió a casa, pensando en su vida de acosado, preguntándose aún el motivo por el cual recibía tales abusos. Llegó, tiró su mochila al sofá, se dirigió a la ducha, y una vez desnudo, y mojado, empezó a llorar sin poder controlarlo.
Sus lágrimas brotaban de sus ojos sin parar, mientras se preguntaba para qué seguir aguantando. Para que seguir viviendo.
Sus padres llamaron furiosos al instituto, creían que estaba a salvo allí, pero no era así. Nunca lo estuvo. El instituto se excusó, diciendo que eran cosas de niños. Que no pasaba nada decían. Todo mientras Luis y a saber cuantos más, lloraban desconsolados sin recibir ningún tipo de apoyo.
Días después, con un poco más de valor, se atrevió a socializar con otro compañero de su clase, llamado Sergio. Estos se hicieron amigos rápidamente, y se juntaron con Juan, el cual era un amigo de Sergio. Ellos realmente le apoyaron, no como hicieron sus antiguos amigos. Y ellos eran mucho más compatibles.
El verano volvió a pasar, esta vez con auténticos amigos que le querían como tal. Pero el ciclo sin fin no había terminado aún. En el nuevo curso tuvo que aguantar al cani de Jairo, y a un nuevo oponente. Pero no quería aguantar más, sabía que si no hacía nada, volvería a sufrir y no lo permitiría.
Cuando se cruzó con este, lo empujó contra el marco de la puerta, lo aguantó el cuello con el brazo y mientras le presionaba levemente le amenazó:
– Esto solo es una advertencia, vuelve a acercarte a mí y sabrás lo que es sufrir.
Era un viernes, final de clase, después de tal acto, Luis continuó sonriente y se fue feliz para su casa. Algo increíble había ocurrido, el abusado se defendió y eso era algo que el profesorado no podía permitir:
– ¿Por qué no acudiste a nosotros? – Le preguntó el profesor al escuchar la historia de Luis.
– Llevo acudiendo a vosotros desde que entré aquí, por una vez quería resolver las cosas por mi mismo. – Le contestó, queriendo contestar otra cosa muy distinta por la cual seguramente le habrían expulsado.
Les dijo lo que quería oír, pues sabía que si les decía que ellos no le han apoyado nunca, que le habían empeorado la vida tanto o más que los mismos cabrones por los que estaba allí sentado, no volvería nunca a aquel instituto.
Desde entonces, Luis pudo llevar mejor sus emociones, supo como utilizar las palabras y el ingenio para su deseo y aprendió que si no tenía otra opción, siempre les podría asustar para que no se cruzaran más con él.