Y aquí tenemos (seguramente), el último relato de Los Premios de Zolock.
Escrito por Francisco Moragón, este relato de fantasía nos habla de la guerra por recuperar Delos, la ciudad milenaria.
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Delos
Melissa, arcangelina de Delos, la ciudad milenaria que protegía a los terrestres
de las criaturas mágicas de Rodelvalle, se encontraba frente al Dios supremo
del Reino, que estaba sentado en su trono de piedra, forjado con los restos de
las siete armas legendarias, perdidas en la batalla contra los Zoellick. Tenía un
porte imponente, el pelo de color blanco que le caía hasta la cintura y una
barba también blanca y prominente. Sostenía en su mano izquierda un enorme
bastón de plata que pesaba más de mil kilos.
—Padre. El momento ha llegado. Todo está preparado.
Al oír a su hija el hombre se levantó de su trono, miró hacia el horizonte y con
un golpe seco de su bastón sobre el suelo, recubierto de una niebla densa y
blanca, desapareció ante sus ojos.
Ella batió sus dos alas negras y descendió a una velocidad vertiginosa. En
apenas segundos llegó a los jardines reales donde el ejército estaba preparado
frente a la puerta del teletransporte, compuesto por 3000 hombres y mujeres;
eran los más temidos de los nueve reinos.
El escudo que protegía la tierra, y la lanza que ponía fin a los ataques
enemigos.
Antes de empezar con su discurso para alentar a las tropas, la arcangelina
recordó todo lo que su progenitor le había contado durante siglos. El motivo de
la venganza.
Antaño, los nueve reinos estaban unidos, colaboraban y vivían en armonía. Los
dioses de Delos, gobernaban sobre los demás compartiendo su sabiduría y lariqueza con los demás dominios, aunque intentaban mostrar equidad ante los
demás, no podían evitar favorecer a los terrestres, su creación perfecta, su
representación humana y primigenia.
A pesar de esta pequeña desigualdad los demás reinos vivían felices y no
osaban contradecir a los dioses de Delos, excepto uno. La oveja negra, el cisne
negro.
Uno se rebeló, y lo hizo con tal furia que acabó desmoronando la soberanía
que predominaba en el universo y el bienestar de los demás, haciendo
desaparecer la jerarquía de los mundos. Después de que los Zoellick se
rebelasen, y robasen seis de las siete armas legendarias, cundió la anarquía en
el universo. Cada reino comenzó a autogobernarse, lo que hizo que
empezasen a sufrir hambrunas y guerras civiles. Durante todo ese tiempo el
único cometido de los Dioses fue proteger a los terrestres, la única forma de
vida del universo incapaces de protegerse por ellas mismas.
Pasaron más de mil años hasta que pudieron reconstruirse, hasta que fueron lo
suficientemente fuertes para devolver el golpe y volver a rehacer su legado.
Pero la arcangelina sabía que no tenían tiempo, todo estaba en su contra y no
podía evitar preocuparse, aunque jamás permitiría que nadie, ni su padre,
vieran en ella un atisbo de duda.
—Hombres y mujeres de Delos— comenzó a decir Melissa. —Mis guerreros,
mis amigos, mi familia. Durante siglos hemos defendido a los terrestres. Somos
el escudo que les protege, la lanza que derrota a los enemigos. Hoy es un gran
día. Hoy acabaremos con nuestros adversarios y nos vengaremos por loocurrido hace mil años. Les exterminaremos y recuperaremos lo que es
nuestro.
—¡Por la tierra! ¡Por Delos! —gritó al tiempo que batía sus enormes alas
elevándose por encima de su ejército.
—¡Por la Tierra! ¡Por Delos! —gritaron todos al unísono.
Corrieron hacia la puerta atravesándola. Instantes más tarde se encontraban
en el mundo de los Zoellick, en Rodelvalle, a más de 300 años luz de su hogar.
Melissa fue la primera en aparecer, encontrando a su padre en pleno apogeo
de la batalla.
Los enemigos disponían de aproximadamente cien mil seres. Tenían un cuerpo
extraño. De forma alargada con tentáculos que simulaban los brazos y cuatro
piernas.
Su progenitor, en apenas minutos acabó con la mitad de ellos. Los cuerpos de
las extrañas criaturas se hallaban muertas en el suelo. Algunas estaban
calcinadas, otras partidas por la mitad.
El Dios tenía el don de teletransportarse a donde quisiese en cuestión de
segundos.
En su mano portaba el gran bastón, largo y robusto de color rojizo con un
acabado peculiar. Una piedra ámbar decoraba la cabeza. El poder de esa arma
era el más temido de los nueve reinos.
Una de las siete armas legendarias, la única que no fue robada.La arcangelina con sus preciosas alas negras desplegadas observaba la
imponente figura del Dios que seguía atacando, mientras su larga melena
negra ondulaba de un lado a otro. Vio salir del bastón una bola inmensa de
fuego que mató al instante a aproximadamente doscientos monstruos. Se
percató que por la espalda de su padre venían más, pero antes de poder
avisarle, este se giró con un movimiento elegante y preciso. Convirtió su bastón
en una espada y de un solo mandoble acabó con unas cuantas más.
—Si sigues ahí mirando, el viejo se va a llevar toda la gloria —dijo una voz
junto a ella.
Se giró y vio a Matt, uno de los oficiales del ejército. Ambos sonrieron y se
unieron a la batalla.
—Ya era hora hija. Se ha alargado el discurso por lo que veo— dijo su
progenitor mientras mataba a más criaturas.
—Calla, viejo. Descansa y observa —espetó su hija con una sonrisa en su
rostro.
Cerró los ojos y una esfera se materializó en sus manos. En un instante la bola
tan oscura como la noche aumentó su tamaño hasta alcanzar unas
dimensiones similares a las diez lunas sagradas. Abrió los ojos y la lanzó
contra los miles de Zoellick que les rodeaban, y de un plumazo todos se
desvanecieron.
—Ahora es mi turno —dijo Matt, guiñándole un ojo.
Y antes de que ella pudiese reaccionar, desapareció. En menos de un segundo
apareció unos metros por delante. Desenvainó su espada, igual de robusta queun roble, y le cortó la cabeza a uno de aquellos seres. Volvió a desaparecer e
hizo lo propio con otro. Tras varios minutos donde el oficial había acabado con
cientos de monstruos, éstas empezaron a rodearle. Matt se dio cuenta y sonrió.
Desapareció y volvió a aparecer junto a su compañera y el Dios. Cuando
envainó la espada vio como los monstruos que segundos antes estaban
amenazándole cayeron al suelo, con sus cuerpo inertes.
Su poder era sencillo. Desaparecía y aparecía donde él quería, pero solo tenía
un radio de acción de unos pocos kilómetros.
En apenas 2 horas habían terminado con sus adversarios y lo lograron sin
lamentar ninguna baja. Fue todo un éxito.
Ahora era momento de encontrar las armas y llevarlas a casa.
De pronto una voz se alzó por encima de todas.
Melissa y su padre se miraron con cara de preocupación.
—El tiempo ha terminado —dijo la voz
Parecía como si el universo estuviese hablando. Entonces un fuerte estruendo
asoló el lugar donde se encontraban, y ante los ojos de todos vieron el portal
que les había llevado allí desaparecer.
Ambos se miraron de nuevo al unísono. Este asintió y se dispuso a
teletransportarse. Fue en vano. Su poder no surtía efecto.
Devolvió la mirada a su hija y ella lo entendió.
Habían caído en la trampa.
«La tierra y sus habitantes iban a ser exterminados»