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Premios de Zolock: El Último Cazador

¡Hoy tenemos aquí un nuevo relato de fantasía para el concurso de relatos de Los Premios Zolock!

Escrito por Víctor Manuel Martín y titulado «El Último Cazador», Víctor nos muestra un personaje discriminado por su sociedad por haber nacido, que tan solo quiere sobrevivir.

Si os gusta, compartidlo en Twitter utilizando el Hashtag #PremiosZolockRelatoElÚltimoCazador para darle posibilidades de ganar el premio del público.

El Último Cazador

En mis sueños siempre los veo acariciar mi rostro, palpar mi cabeza, acunarme o darme
un abrazo de oso levantándome del suelo. Hoy solo veo restos negruzcos, designios de
un incendio y partículas grises que vuelan en pos de un nuevo mañana.
A otros el mirar hacia el cielo les produce satisfacción o esperanza, para mí es un funesto
error, pues en las alturas, situado junto al Sol permanece el astro que dio muerte a mis
padres.
Ninguno de mis hermanos elfos se digna a mencionar el incidente, ni siquiera tratan
conmigo, ya que soy una aberración, una vergüenza y el causante de la caída de mis
ancestros. Mi gran culpa es ser una mezcla de elfo y humano, pese a que mis padres
pertenecían al linaje más puro.
El gran hechicero, Durnflie, con su levita azul plagada de estrellas bordadas, el Sol en el
pecho y la luna en su espalda, me ha dictaminado como el causante de las malas
cosechas, el origen de la vuelta de los reinos oscuros y la causa principal del agotamiento
de las líneas mágicas. Mirarlo cada día es un ejercicio de contención, pues él se
enorgullece de su temple en privado, aunque escupe a mi paso.
Sus sermones sobre compartir los niega ante mí dejándome sin comida o bebida, ni
siendo invitado a los banquetes y cualquiera que interceda o se preocupe por mi
bienestar tiene reservado el destierro.
Salgo en pos de mi supervivencia. Mi carcaj lleno. Silencio al hambre para que no ruja.
Las pisadas esperan el eco de un curnak (un ser de caparazón duro, las mandíbulas de
un predador con grandes colmillos, unas tenazas de un cangrejo como manos y las
extremidades repartidas en filamentos viscosos que terminan en diez colas de
escorpión).
Nos miramos, él con sus ojos rojos y yo con mi único ojo, un regalo del hechicero tras la
muerte de mis padres. Durnflie lo niega, pero yo tengo un recuerdo de su vara en mi
rostro.
Tenso la cuerda para provocar su estampida, el curnak avanza deseoso de clavar uno o
todos sus aguijones en mi carne, paralizarme y devorarme con sus dientes. Acelera
bruscamente, salto sobre una piedra aprovecho el impulso y me aúpo al gran roble.
Desde mi posición privilegiada soy capaz no solo de otear, sino de distinguir el núcleo
en su nuca, una especie de cristal esponjoso de color azul. La cuerda pide que salga la
flecha, le concedo el deseo.
Un disparo certero, rápido y mortal. La flecha destruye el núcleo y a la criatura que se
queda inmóvil e inerte. Respeto a los animales, criaturas, vegetales, minerales y a todas
las especies, por lo que tras mi disparo celebro la vida del animal, además le doy gracias
por servirme de alimento. Coloco las manos en forma de cuenco las alzo por encima de
mi cabeza para bañarme, dando gracias a Irsut, la energía que circula no solo por todos
los seres vivos, también en todos los universos.
Como despacio, saboreo cada pieza como si fuera la ultima. Un trago de agua del río
Undraent, el que une los reinos de Alcatir y Ostern, me devuelve la paz de estar nutrido
e hidratado.
Me tumbo mirando hacia el cielo, atento a la más mínima señal proveniente de ese reino
de las altura tan atrayente, enigmático y peligroso para todos, aunque yo sea el único
vigía dispuesto a analizar cada cambio. Las sombras de los árboles, unos rayos de luz
dispersos, las nubes encapotando el cielo. En principio nada relevante, pero noto arder
las puntas de los dedos. Es el mismo sentimiento que tuve cuando ocurrió la debacle
con mis padres.
Las nubes se desintegran, oigo el lamento de la tierra que se queja de la vibración que
la hace partirse en mil pedazos, el viento sisea en busca de refugio y el agua borbotea
buscando una salida y no evaporarse.
Los árboles que me dan cobijo estiran sus manos de ramas, prologan su tronco para que
no caigan los trozos de metal incandescente que precede la llegada del desastre. Les doy
las gracias por su sacrificio, lloro por su ayuda. Quiero devolverles el favor siendo la voz
de alarma, salvar a todos de la debacle que se nos viene encima.
Mis piernas notan el esfuerzo. Una carrera prolongada durante kilómetros hace
bombear el corazón a altas revoluciones, sufro la falta de oxigeno, además de la pesadez
y agarrotamiento de los músculos.
Al verme los rostros se muestran contrariados, no tardan en aparecer las piedras para
echarme. Un apestado es siempre motivo de unión por una causa común, por ello es
más una lapidación que una o dos piedras.
Durnflie me señala con un dedo inquisidor, su voz grave le da una autoridad aún mayor:
— Echad de aquí a este maldito.
— ¡Escuchadme! ¡Van a venir los desastres, debemos prepararnos! —indico con
exasperación.
Si puedo salvar, aunque sea a uno de los míos. Nadie levanta una mano o intenta
detener a los guardias de Durnflie, sus armaduras bañadas en oro con cascos, unas
espinilleras, los petos y los brazaletes de plata intimidan, sí a eso le unimos el
concepto que tienen de mí, no puedo culparlos por apartarse.
Lo temido aparece, nubes gaseosas, meteoritos cayendo por doquier y unos
personajes que avanzan con unos instrumentos que disparan puro fuego. Caen los
míos a pesar de mis advertencias. Somos diezmados, pronto solo quedan cinco
guardias, Durnflie, tres aldeanos con funciones de cultivadores y un servidor.
Una apariencia extraña, unos cascos con forma de espejo orbital, un tejido que
parece suave, los guantes demasiado grandes, unas botas de grandes proporciones
y una especie de bolsa que contiene tubos en la espalda.
Su respiración entrecortada, los disparos letales. De sus extraños arcos surge un
fuego que aniquila escudos, corazas, e incluso carne y huesos.
Durnflie levanta su bastón e intenta destruirme, todo en lugar de provocar un
encantamiento contra nuestros enemigos o unas palabras de aliento a nuestros dos
últimos soldados. La estrategia es tan fallida como estúpida. Muere atravesado por
un disparo de los arcos modernos.
La misma Luna, los astros y la vegetación se confabulan para atrapar los pies de
nuestros enemigos arrastrarlos a pantanos, provocarles una lentitud que permite
atravesar a dos de ellos con nuestras espadas e inmovilizar a seis de ellos a los que
disparo justo en el pecho desde la copa de un árbol. Bajo con rapidez para no ser un
blanco fácil, siempre nos enseñaron que un tirador debe refugiarse, disparar y volver
a un lugar seguro para ser un predador y no una presa después del ataque.
Nuestros números se igualan quedamos tres en cada bando. La naturaleza ha sido
invalidada por la quema de estos, han podido salir del peso de la Luna con esas botas
que les permitían casi flotar en el aire.
Tiene lugar un ataque furibundo de los soldados, esquivan los ataques hasta quedar
a corta distancia.
Creí que podrían vencer, pero las pistolas también disparan a corta distancia. Los
soldados van cayendo, aunque en un ultimo vestigio de vida apuñalan a sus asesinos,
por lo que ya solo quedamos uno de cada estirpe.
Mis flechas silban, noto una ayuda del viento. Araño el traje, destrozo el guante y
hago caer el arco moderno. El enemigo mueve ese casco de espejo tan extraño en
mi búsqueda. Se coloca las manos junto al casco, me rastrea con ese movimiento.
Lo veo situado bajo la copa del árbol en el que me hallo, saca un nuevo arco moderno
de su espalda y dispara. El fuego se come ramas, hojas y quedo expuesto, por lo que
salto sobre el casco de mi adversario. Golpeo con mi arco, la empuñadura de un
cristal y este cae de espaldas. Me agazapo para poder efectuar un disparo a la
apertura de su casco.
Ante mi sorpresa veo como se despoja de su casco, él al verme levanta su mano y
me habla en una lengua extraña, aunque familiar. Mi enemigo se toca el rostro, noto
que su aspecto delata que somos cuasi parientes, pero también leo las intenciones
de matarme en cuanto ceda por los sentimientos. Disparo a su cabeza, no fallo.
Al caer veo los cadáveres esparcidos, lamento incluso la perdida de Durnflie. Una
cosa se con certeza, volverán por ello soy: “El último cazador”.

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