«Los Caminos de la Nada» es un relato que simboliza las migrañas que sufro mensualmente. En él intento explicar (metafóricamente) mis «viajes a la Nada», hogar del Dios Omnipotente Zolock, que está presente en la mayoría de mis historias.
Espero que os guste 😀
Zolock: Los Caminos de la Nada
Hace tiempo que mi poder está presente en mí y en los mundos que he creado. Algunas cómo las brujas lobo que habitan en el reino de Hial Bri son capaces de controlar parte de su poder. Otros, han tenido una mosca revoloteando que les ha ayudado a tocarlo.
En alguna otra ocasión, he hablado de mí Nada. Mi lugar de descanso, mi hogar, el único sitio en el que las auténticas personas, si tienen la suerte indicada, pueden llegar a conocerme.
La Nada es un lugar vacío, sin ruidos, sin objetos, sin animales, sin pensamientos siquiera. Tan solo hay dos maneras de venir hasta aquí, y una de ellas no tiene retorno. A no ser que yo lo decida.
Tan solo he conocido a un humano de vuestro mundo capaz de llegar hasta aquí y poder volver a su mundo. No es una tarea fácil, mucho menos placentera para él. Todo lo contrario, es una maldición. Una tortura por la que él no decide pasar, pero sabe que al menos una vez al mes pasará.
No se rompe todos los huesos del cuerpo transformándose en una bestia horrenda capaz de matar a sus seres más queridos. Esta maldición le afecta tan solo a él. Empieza a afectarle cuando más vulnerable está, cuando más se acerca a la Nada.
Realmente, cualquiera podría entrar en mi lugar de descanso. Para ello ha de estar desconectado del mundo real. Entonces es cuando una persona se acerca a mí. Pero algunas veces, acercarse a mí trae consecuencias.
Mi creador es el único que se ha acercado lo suficiente a mí cómo para poder tocar parte de mi poder. Y eso lo ha maldecido a venir a verme cada cierto tiempo.
Sus visitas empezaron hace muchos años, mucho antes de que empezara a crear mundos junto a mí, mucho antes de que se diera cuenta del poder que tenía.
Eran muy aleatorias, y muy constantes. Acercarse a la Nada, le provocaba un dolor insoportable en la propia mente. Esas punzadas de dolor, eran igual o peor a tener espinas clavadas en el mismo cerebro.
Y esa era tan solo la parte más notoria de la maldición. Cuando se pasaban las hordas de dolor, a pesar de estar consiente de su alrededor, no era capaz de comunicarse con él. Quería hablar, quería explicar lo que sentía, pero no le dejaba. En esos momentos, en los que el dolor había terminado, tan solo le podía dejar dormir y así dejarle entrar para descansar.
Puede que sea cruel, no lo niego. Pero si alguien quiere entrar, este es el camino más seguro. Pues dudo que queráis morir y estar en la Nada eternamente.
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