Una Flor en el Mar – Segunda Parte

Esta es la segunda parte del relato «Una Flor en el Mar» que escribí hará unos meses para un concurso, si aún no habéis leído la primera parte, la podéis leer aquí.

Una Flor en el Mar: Supervivencia acuática

A los diez minutos aterricé en algún punto del mar, tuve suerte de que no fuese demasiado profundo, ya que podía ver perfectamente la arena en el fondo.

Antes de saltar al agua, me dispuse a mirar los componentes de la cápsula, su radio de comunicación estaba rota, aunque el fabricador iba perfectamente.

Dicho fabricador es una maravilla tecnológica, con unos pocos recursos es capaz de construir cualquier pequeño aparato.

En aquel momento estaba perdida en un mundo completamente distinto, sin comida, sin agua
potable, sin ningún conocimiento sobre el medio o los animales que pueda haber en él.

Por ello necesitaba pescar, y para ello debía construir un cuchillo.

Abrí el fabricador para ver que necesitaba, y vi que con un poco de titanio podría crear un simple cuchillo con el que ir tirando.

Abrí la trampilla, puse los pies en el agua fresca y me zambullí.
Lo primero que recuerdo de haber notado dentro del agua, es que no me afectó a los ojos.

No era agua salada cómo la de nuestro planeta, era agua dulce.

Llegué a comprobar que, a pesar de su gusto, era agua potable.

Con una preocupación menos en la mente, me dispuse a buscar restos de la nave de Zolock.

Estaba hecha completamente de titanio, y debía haber fragmentos por las aguas.

Era un paisaje hermoso, y algo tétrico a decir verdad. El morado, y el amarillo, junto con sus variantes, predominaban en los corales y las algas que había. Los pequeños peces con los que me
cruzaba, resaltaban, parecía que no necesitaban mimetizarse con el ambiente para sobrevivir.

El pez que más vi era uno al cual llamé Man, era bastante grueso, de un color amarillo chillón. Era del tamaño de mi mano, nunca mejor dicho, ya que tenía forma de mano humana, por ello le puse dicho
nombre, menudo susto me llevé la primera vez que lo vi…

Los días pasaron rápidos, una vez conseguí crear mi primer cuchillo. Con él podía pescar con más facilidad y me permitía romper pequeñas rocas para buscar materiales.

Conseguí crear un escáner portátil el cual me permitía escanear las plantas, los animales, las rocas
incluso. Con él aprendí mucho de la pequeña zona en la que vivía:

Era una zona rica en titanio, cuarzo y cobre, no había animales peligrosos por los alrededores, a pesar de que uno de los peces que hay, te soltaba una pequeña descarga si lo asustabas. Electro, lo
llamé. Estos tenían una forma alargada, parecida a una sardina, y su color predominante era el rojo.

Gracias al escáner descubrí que la descarga eléctrica se genera en su boca, pero para que no les afecte a ellos deben eructar para expulsarla a fuera. Eso hace que sus pequeños cuerpos se impulsen para atrás. Me hizo gracia descubrir eso, y conseguí entender por qué veía a tantos electros nadando de espaldas.
Además de los mans y los electros, habitaban 2 especies más por la zona: Una gamba azulada de gran tamaño (la más pequeña que vi tenía el tamaño de mi cabeza) que tenía unos nervios claramente visibles de unos colores rojizos, cuyo comportamiento me fue bastante útil a la hora de
conseguir materiales. Esta se encontraba por los suelos a poca profundidad, unos 25 30 metros diría.

Al igual que los escarabajos peloteros iban reuniendo rocas y las moldeaban para construir sus nidos. Eso hacía que dejaran restos de titanio y cobre por los suelos profundos y me quitaba el esfuerzo de excavar ni reciclar de grandes metales de la nave. Las gambas roqueras las apodé.

Mientras que los man era una buena fuente de alimento, los electros me ayudaron a construir baterías para el escáner, y las gambas roqueras me facilitaban la búsqueda de materiales.

La otra especie que habitaba por ahí parecía no tener ninguna utilidad más que la de hacerme compañía.

La mejor manera de describirlo era un híbrido entre un perro y un pulpo. Tenía un tamaño mediano y ya desde que llegué tenían cierta curiosidad por mi persona. No tenían miedo, no huían de mí cómo lo hacían los demás. Se acercaban y más de una vez me robaron objetos que tenía en las
manos con la intención de que los persiguiera y jugase con ellos. Sé que esto es favoritismo, pero
que le voy a hacer, el pulperro siempre estará en mi corazón, gracias a ellos conseguí tener cierta estabilidad mental y no me sentía sola.

Sin duda el pulperro es el mejor amigo submarino del hombre.

Entendí esa referencia
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