Estaba esperando en la cola de la cafetería del instituto. Tenía hambre y quería comer de una vez, pero debía acabar un trabajo de clase. Vi a Lucas sentado en una mesa y fui a su lado, pasando delante de algunos a los que no quería ver.
Comí rápido y saqué el portátil de la mochila. Quería acabar el trabajo ahora. El barullo y el ruido del alrededor era constante y me costaba hacer algo con el portátil. Era como si viese todo lo que ocurría, pero no pudiese hacer nada. Entonces sin previo aviso, todo se enmudeció y todo el mundo se calló.
Me levanté a tientas, preguntando que había pasado:
– ¿Qué ha ocurrido? ¿Hola? ¿Por qué no me habla nadie?
Me movía poco a poco, con las manos a delante, intentando no chocar con nadie y pisé a alguien.
– ¡Perdona! ¿Estás bien? – le pregunté esperando por oír a alguien.
–
No recibí ninguna respuesta, a pesar de que sabía que estaba ahí, lo acababa de pisar.
– ¡¿Por qué no habla nadie?! – Grité triste y enfadado – ¿Por qué nadie me ayuda?
–
Corrí hacía algún lugar de ese sitio sin luz alguna, pisando a más gente de las cuales tampoco obtuve respuesta hasta que acabé en el suelo.
– ¡Dejad ya de ignorarme! ¿¡No os dais cuenta de que necesito ayuda?! ¿¡De verdad necesitáis verlo?!
–
Me levanté y acabé chocando contra la pared, donde se encontraba la ventana con la persiana bajada. Entonces me decidí, tenía que mostrarles a todos que necesitaba ayuda, tenía que hacer entrar la luz.
Fui a tientas hasta encontrar la correa que subía la persiana y con más fuerza de la que esperaba necesitar, la abrí para hacer entrar un mínimo de luz.
– ¿Qué más necesitáis? – Dije gritándole a la nada.
Miré en todos los rincones de la habitación. Estaba cerrada completamente, pero aun así, no había nadie. Todos se habían marchado. Todos me habían dejado solo.